Me da risa llegar a un parque, escuchar la música de una pequeña banda de pueblo y ver que Elvira Santamaría, una mujer joven de rostro decidido y serio camina de espaldas metiéndose una madeja de estambre roja a la boca. Los músicos, convertidos en cómplices involuntarios, la siguen. Se miran de frente. Saber llegar a un contexto nuevo e interactuar con sus elementos para crear imágenes y metáforas, o hablar de la relación entre el arte “popular” y el “culto”, como lo hizo en este caso la artista, me causa un gran placer. Me río.
Me da risa encontrar en un parque público a una mujer de falda larga y con la cabeza cubierta por una chalina que está plantando arbolitos de plástico. Es Pilar Villela. La he seguido todo el día y en ningún momento se ha descubierto el rostro. En la Plaza Río de Janeiro, ante la copia del David de Miguel Ángel, uno de los grandes símbolos de la belleza clásica, escribe letras en el suelo con rimel y deja besos pintados. En Iztapalapa moldeó un amuleto de jabón que dejó a la intemperie. Es época de lluvias. Dialoga con el contexto y consigo misma. Su crítica es irónica y feroz. Mi risa es nerviosa.
De entrada me da risa ver a Wen Lee en el FARO de Iztapalapa. Parece fuera de contexto. Es un oriental flaco de apariencia frágil. Se deja envolver por el ambiente intenso de la zona y un sol implacable. Responde quitándose la ropa. Se queda en calzones. Después agarra sus zapatos y se abofetea. Ahuyenta a una decena de fotógrafo que invade su espacio aplaudiendo fuertemente con los mismos zapatos cerca de sus rostros. Se tira al piso y recorre pecho a tierra un largo tramo del ardiente patio de cemento con los zapatos colocados sobre su espalda. Parece lagartija a punto de asarse. Mi risa se parece al llanto que me sorprende ante la opresión y la injusticia. Pienso en los inmigrantes.
Mi risa se convierte en una mueca de sarcasmo en la Plaza de las Tres Culturas. Rosenberg Sandoval está vestido blanco rompiendo los tallos de cientos de rosas cuyas espinas se le encajan haciéndolo sangrar. ¿Habrá manera de exorcizar el dolor que flota en esta zona herida por guerras, matanzas y terremotos? ¿Algún día se hará justicia?
Black Market y el Tiznado Tianguis
La vida me da risa. A través del performance es fácil ver que lo insólito es la vida. El arte es simplemente un cristal que nos permite verla (o vivirla) desde otro ángulo.
Es insólito, por ejemplo, que en una sociedad materialista, homogeneizada y violenta, aún haya personas generosas dispuestas a crear espacios para desarrollar performances, para pensar libremente. Son pequeños actos de resistencia que me causan una risa llena de satisfacción. Es insólito que, a pesar de que los presupuestos para la cultura han sido masacrados, todavía se pueden organizar eventos como Acciones en ruta, en el que se dieron todas las acciones antes mencionadas.
El jueves y el viernes de la semana pasada participé Acciones en ruta, un evento de performance público organizado por los artistas Elvira Santamaría y Víctor Muñoz con apoyo de varias instituciones, pero particularmente de la UAM. La RTP nos facilitó un autobús de transporte urbano y recorrimos la ciudad haciendo performance en el Zócalo, CU, el Árbol de la Noche Triste y otros lugares. Fue como un coloquio sin conferencias. Un encuentro entre colegas, con la participación del público y los medios. Entre los artistas participantes hubo mexicanos de distintas generaciones, entre ellos Katnira Bello, Maris Bustamante, Lorena Méndez y Fernando Fuentes. En el grupo internacional estaba el colombiano Rosemberg Sandoval y miembros del grupo Black Market International como Alastair Mac Lennan, Jürgen Fritz y Norert Klassen. Esta agrupación, fundada por Boris Nieslony a principios de los ochentas, trabaja como un colectivo independiente sin jerarquías que se reúne de vez en cuando a trabajar. Elvira es parte de su grupo.
Las paradas eran breves y el público se acercó con curiosidad, entusiasmo y humor: A Víctor Lerma y a mí, que llevábamos una vieja bandera que estuvo colgada frente a nuestra casa quince años e invitamos al público a restaurarla, jamás nos faltaron voluntarios. Todos tomaban la bandera con delicadeza y aportaban su trabajo y creatividad. La sensación era de comunidad, no de nacionalismo. Remendaban el símbolo como si al hacerlo restauraran su casa. A Rocío Boliver (la Congelada de Uva), tampoco le faltó público o prensa, que sabe bien lo que vende. Ella realizó acciones desnuda, invitando al público a tocarla con las manos llenas de pintura a través de un plástico. Pero el público también se divirtió y más de uno le sugerían que se echara un taco porque está muy flaca.
No faltaron los performances involuntarios, especialmente los de policías. Cada vez que llegábamos a una parada se acercaban a preguntar quienes éramos y qué hacíamos. Venían en parejas o tríos y todos siempre apuntaban en detalle nuestras respuestas. ¿Alguien ha visto mejor performance que tres policías tomando dictado? Cada vez me daba más risa: ¿Habrá alguna razón para que todos tengan que apuntar lo mismo?
Uno de los principales retos del performance callejero es insertarse en la realidad e intervenirla, no presentar un espectáculo. A veces la realidad nos gana. Por ejemplo, al llegar a la Plaza Río de Janeiro, varios trabajadores limpiaban la fuente enérgicamente. Formados en fila, empujaban el agua a con enormes jaladores hechos de madera. Se movían al unísono. A diferencia de la banda con la que Elvira interactuó en el performance antes mencionado, aquí los trabajadores acapararon las miradas del público y de los medios. Fue una acción involuntaria espléndida.
Para mí las lecciones de este encuentro fueron muchas. Aprendí que la mayoría de los artistas mexicanos invitados enfrentaron plazas con enormes cargas políticas por medio de acciones muy personales, casi íntimas. Esto me plantea muchas dudas: ¿Estamos atomizados? ¿Es una forma eficiente de resistencia? También me di cuenta que dos días no fueron suficiente para atravesar las barreras culturales entre los artistas de Black Market (Mercado Negro) y, en esta ocasión, los que integramos el Tiznado Tianguis. Sonrío pensando cómo serán los próximos encuentros.
Mónica Mayer
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