Como disck jockey debe sortear un estigma: pertenecer al clan de los músicos más incomprendidos del momento. Esta sitiuación se da, en parte, porque hay muchos incrédulos que no conciben a la torna mesa como instrumento musical (tema de sabrosos debates) o no les han vacunado contra la angustia de las tecnologías. Pero en parte también por culpa de sobrados semianalfabetas con iniciativa que compran su equipo y tocan en fiestecitas.
En cada oportunidad, DJ Spooky demuestra que el de mezclar es un verdadero arte cuando se cuenta con una criba musical y el sentido común que cualquier actividad de la vida requiere. La música es un conjunto de ruidos cuya única misión es integrase. Más allá de referir virtudes o deslices, en la práctica y en la teoría, Paul D. Miller, DJ Spooky, es un ecléctico empedernido.
MÚSICA E IMAGEN
Por mera deformación, a las inauguraciones que se efectúan en museos, galerías e instituciones las he asociado siempre a celebraciones previas a la gran fiesta (después del coktail, nos vamos al antro). O por lo menos algo similar ha de haber ocurrido en la inauguración de 32,000 puntos de luz, instalación multimedia de los arreglistas de sonido, músicos y diseñadores ingleses Alex Bradley, Andie Gracie, Jess Marlowe, Duncan Speakman, Matt Mawford, que presentaron en el Laboratorio de Arte Alameda. El reportero Ángel Vargas, de La Jornada, lo dijo en algún punto: “Fue insuficiente el antiguo convento que ocupa dicho foro para dar cabida a semejante turba que se arremolinaba a la entrada entre empujones y apretujones, y que más de una vez puso en peligro de sucumbir a la añeja puerta de madera que da paso a la nave central del inmueble.” No sé si fue para tanto, pero la turba citada se divirtió lo bastante como para dejar pasar la oportunidad de indagar sobre la obra en cuestión. Mientras la gente, jóvenes en su mayoría, bebía, charlaba y se abrazaba como si no se hubieran visto desde tercero de secundaria, adentro los puntos de luz eran presentados en vivo, en tiempo real.
Ahora bien, en términos generales, la expectación por esta obra la terminó enterrando. Se dijo sobre ella mucho más de lo que en realidad resulta. La inflaron tanto con metáforas chabacanas que reventó. Quien haya escrito el texto titulado “Espectáculo de inmersión audiovisual”, elaborado a manera de texto de sala para 32,000 puntos de luz y repartido en el recinto, merece que lo consideren en las editoriales del periódico mural de la prepa seis: “...provocando siempre la misma agradable estupefacción: ‘Se trata de un viaje a otro mundo’, repiten con entusiasmo los espectadores al salir”.
Para acabar pronto, 32,000 puntos de luz ni es genial, ni alucinante, ni incesante en su información y no da para imaginar demasiado, pero tampoco es una porquería. Digamos que es una instalación multimedia buena, a secas. Nada del otro mundo: una pantalla con puntos de luz y líneas que paseaban a lo largo de la gran pared de la ex Pinacoteca Virreinal. La música (o los ruidos) es lo mejor (ojalá se consiga la grabación de esto). Su mayor virtud es que contiene un ritmo vigoroso, que es el genera las imágenes, a saber; pero se trata del típico caso de combinar a como dé lugar música e imagen.
Fernando Islas
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